Íbamos paseando por Delicias cuando mi padre se frenó en seco delante de un contenedor de escombros. Medía tres metros, pero yo ni lo había visto. Sin embargo mi padre, supongo que por cosas de la edad, encontró muy interesante ese contenedor de escombros que estaba lleno no de escombros sino de muebles y objetos personales. Animado por un sexto sentido, empezó a husmear entre los trastos polvorientos hasta que metió con seguridad una mano entre ellos. Sacó una libretilla. Sus hojas estaban escritas con una letra apretujada. Sacó otra libretilla, y otra. Todo un botín de diarios manuscritos. Yo, que siento la obligación moral de mostrar algo de interés por la cosa literaria, así se encuentre en estado de podredumbre, me afanaba sin éxito en entender dos líneas seguidas de aquella caligrafía. ¿Qué contarían aquellas páginas? ¿No es excitante encontrar el testimonio personal de un desconocido y reconstruir las cosas que le pasaron hace mucho tiempo? ¿No? Bueno, me da igual lo que penséis. Ya estaba pensando en llevarme alguna de esas libretas a casa y transcribirla, cuando apareció un volumen de aquellos diarios escrito a ordenador y encuadernado. Le eché un breve vistazo. Se podía decir que el estado de conservación era más que óptimo. A casa con él. Nos fuimos contentos por la cosecha y también un poco afligidos ante la imagen de toda una habitación metida en un contenedor de escombros. ¿Me había llevado los diarios de una persona recién fallecida?
El Diario de Kenia y Tanzania, narra, oh sorpresa, el viaje que se marcó Mercedes (la firmante) con seis amigas y un amigo por los mencionados países. La primera entrada es del 3 de octubre de 1990 y la última del 1 de noviembre del mismo año. Mercedes debía ser una cachonda, o al menos eso es lo que nos deja entrever su afición a las expresiones coloquiales (le encanta la palabra “prenda”) y alguna que otra figura literaria colocada con gracia. Su frase tiene soltura, pero no os voy a mentir, Mercedes no escribía, redactaba. Otros (ejem, yo) son incapaces de empezar un diario sin perderse en largos monólogos internos en un empeño un poco triste de demostrar al mundo las hondas repercusiones que encuentran en sus almas las cosas que les pasan cotidianamente. Al contrario, Mercedes no tenía ánimo de levantar con el lenguaje un mundo semejante a lo que experimentaba. Le bastaba con transcribir, brevemente, lo que les iba sucediendo. Y lo que les sucede en el mes que dura el viaje es básicamente un safari tras otro en el que se hinchan a ver animales de La 2 y noches de copas y partidas de cartas en el lodge con extraños. ¿Se le puede pedir algo más a la vida?
Sin mirar las cifras oficiales, me juego una mano a que te vas hoy a Kenia y Tanzania y no ves ni la mitad de animales que vieron ellos. Es verdaderamente impresionante. A partir del día tres, Mercedes enumera especies africanas (“bichos” es su palabra favorita para referirse a ellos) como si tal cosa ya. Como las golondrinas de Béquer, pienso que siguen llegando grupos de turistas a visitar África, pero no se lo podrán pasar tan bien como Mercedes y los suyos. Porque ya no es la misma África que ellos pisaron, ni el mismo mundo que en el que Mercedes escribía. Me empeño en pensar que la alegría que llenan las páginas de este diario tiene algo que ver con la ingenuidad y la despreocupación de un mundo pre 11-S, pre-guerra de Iraq, pre-Los Serrano, pre-crisis y pre-Trump. Y si necesitáis más pruebas de que entonces la Humanidad se encontraba en su apogeo más glorioso, baste decir que yo había nacido apenas cuatro meses antes.
Porque esa es otra. Ni en sus tardes más ociosas pensaría Mercedes que alguien que era un bebé mientras ellos viajaban reviviría en su imaginación, gracias a sus palabras, los paisajes y las cosas que les pasaron. Escribir y que te lean debe ser lo más parecido que existe a la magia. ¡Treinta años han pasado ya!, deben de pensar los protagonistas cada vez que recuerdan el viaje. Pues sí, pero yo, que he leído este diario que nadie me mandaba leer, puedo asegurar que durante esas semanas fuisteis felices. Y en cuanto a lo demás, como decía Mercedes: ¡que le den morcilla al viento!
MEJOR FRAGMENTO (como novedad, voy a poner dos):
1.
Nieves nos ha estado leyendo informativos periódicos sobre los Samburu previo anuncio de Raúl del noticioso número tal de la mañana.
(Chelo se ha mordido la lengua)
En un momento dado se nos ha partido el coche.
Ha pegado un calentón. Kip ha dicho “Problem” y nos hemos bajado para comprobar que el agua del radiador estaba hirviendo y que el tapón del agua ha salido disparado. Kip, mascullando “problema, problema”, ha rellenado el cacharro del agua con una garrafa que llevaba. Como ha sido suficiente, y el primer intento de marcharnos ha sido frustrado por la adversidad, hemos vaciado las cantimploras y una botella de agua mineral. Hemos vuelto a arrancar y en mitad de una cuesta hemos tenido que parar otra vez. Para arreglar las cosas, Kip se ha dado cuenta de otro “problema”: que se ha dejado el palito para subir el gato en el primer sitio que hemos parado. Así que se ha montado una expedición para ir a buscarlo. Un rato después se ha arreglado el primer “problema” y hemos ido a recoger a la expedición.
Un poco más allá, había una gasolinera, donde han rematado la chapuza y hemos rellenado las cantimploras.
(Chelo se ha quemado y ha dado grandes gritos)
Hemos seguido hacia Aberdares
Ha habido más noticiosos
(Chelo se ha vuelto a morder la lengua)
Hemos llegado al Aberdares Country Club y previo pago de 1.000 pelas por barba lo hemos visto 10 minutos
(A Chelo le ha venido la regla y Lola ha tenido que salir pitando a recolectar tampax)
Kip ha conducido despendolado para poder llegar a tiempo de comer en Nakuru.
Hemos parado por el camino para ver la cascada de Thompson.
(Chelo se ha vuelto a quemar)
2.
Hemos invitado a Kip a tomar algo. Tenemos fuertes sospechas de que se quiere ligar a Mayka, pero está pasmado vivo porque piensa que las 7 estamos casadas con Raúl y dice que es el rey de España. Cuando hemos ida a cenar, hemos visto a dos elefantes delante del comedor, poniéndose morados de follaje. Había también marabús en el río y un cocodrilo.