Mes: noviembre 2013

Un buen día lo tiene cualquiera

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Lo mismo os habéis dado cuenta de que me cuesta un poco generar material para subir aquí. Eso tiene que ver con la sensación de que uno no tiene nada interesante que decir. O que, si hay algo que decir, este algo se debe encontrar demasiado escondido en la realidad y sacarlo a la luz y plasmarlo en palabras precisa un esfuerzo que la pereza me impide realizar. Pero hay veces que sí que hay algo que contar, y entonces sería estúpido no utilizar el blog. Esta es una de esas veces.

El pasado 31 de octubre, día de todos los santos, me eligieron ganador del concurso de microrelatos del Festival de cine Fantástico y de Terror La Mano. Además de traer obras audiovisuales de muchas partes del mundo y proyectarlas en los pueblos de Alcobendas y Sanse, los chicos que lo organizaron tuvieron a bien abrir un concurso de audiorelatos, otro de relatos y otro más de microrelatos. Las obras aspirantes a este último concurso tenían que cumplir tres reglas: una extensión máxima de 200 palabras; que fuese del género de terror, ciencia ficción o fantástico; y por último que tuviese como tema «el pie» o «los pies».

Yo llevaba un tiempo buscando un concurso por el estilo, no muy grande, para tener alguna posibilidad de ganarlo, y que a la vez supusiese un reto. Tuve suerte. Las musas me tocaron. Esbocé una idea, y a la segunda versión ya tenía el microrelato casi definitivo. Lo envié y gané.

Repito, para que no suene prepotente: tuve suerte, las musas me tocaron.

Y ya que estoy os cuento cómo fue esa noche tan épica.

La entrega de los galardones se llevó a cabo durante el acto de clausura, previa amenización de la velada a cargo de Capitán Bazofia. Este señor hace una música muy peculiar, a mí me recordó a Albert Plá. Sacar la carcajada del público sin dejar de cantar no es fácil, pero conmigo lo consiguió, sobre todo en esa en que canta el romance entre un hombre y una orca: «ella tenía una fuerza descomunaaal/ yo tenía una fuerza más bien normaaaal». Buenísimo. Le acompañaban un joven al saxo, una mujer a la percusión, y un hombre gordo que introducía sus canciones, y entre tanto, hacía unos efectos especiales con pompas de jabón que ya los quisiera Cameron para sus pelis. En una de esas, se puso serio y recitó un poema que me llegó. Decía algo como «yo salí de los puños de mi padre/ y del coño de mi madre», y es una pena que no lo recuerde entero.

Capitán Bazofia al completo

Capitán Bazofia al completo

El señor gordo de las pompas. No me invento nada.

El señor gordo de las pompas. No me invento nada.

Después del concierto dieron paso, ya sí, a la entrega de premios. El primero en entregarse era el de menor categoría, o sea, el de microrelato, el mío. En vez de anunciarme como ganador (yo deseaba con ardor oír aquello de the winner is…), la mujer de la percusión leyó de una hoja mi microrelato, que os traslado aquí:

Un mal día lo tiene Cualquiera

 Harto de despertares con el pie izquierdo y pasos en falso, decidió, sin consentimiento previo, amputar el pie derecho de otro hombre y acto seguido sustituir con él su pie izquierdo. Así siempre le acompañaría la buena suerte y sus decisiones serían acertadas. Tal vez lo hubiese conseguido, de no ser porque, con los nervios, se equivocó de pies. Su víctima huyó con la velocidad que da tener dos pies derechos, y él fue acusado y condenado a cadena perpetua. Pero al menos el resto de su vida pudo elegir con qué pie izquierdo despertarse.

La verdad es que lo leyó cojonudamente, y yo, que soy gilipollas, pregunté: ¿esto es que he ganado?, y me dijeron, sí, sube. Así que subí, bastante azorado. Dí las gracias a la mujer, recogí el premio. No sé qué me dijo el gordo de las pompas que me puso más nervioso. Y ahí estaba el micro.

Llamádme egocéntrico: lo soy. Pero un micro es un micro, y un escenario es un escenario, y a mí ser reconocido, sobre todo si es a bien, me pone mucho. Quiero decir, que me vine arriba. Me creí que aquello era los Goya y tras explayarme en los agradecimientos a la organización (que de verdad, encomiable el currazo de esta gente), pensé, qué coño, es mi momento y no me lo quita nadie. Y para vergüenza del personal solté lo siguiente:

«…y bueno, ya que estoy aquí, como esto de subir a un escenario a recoger un premio no sé si lo voy a repetir en la vida, y ya que él ha venido aquí porque alguien me tenía que acercar en coche, quiero agradecéselo a mi padre, que está ahí, porque él fue quien me inculcó de pequeño el gusto por los libros, por leer cosas, y poco a poco escribir cosillas… ¡Gracias padre!»

Ahí estaba el tío, en las penumbras, aguantando hora y media de velada (y otras dos que soportó después), él que odia trasnochar. Le vi levantar el brazo cuando se dió cuenta de que su chaval le mencionaba desde el escenario. No sé si él se sentiría tan culpable de mi minúsculo triunfo como yo estaba confesando. No sé cómo y cuánto de orgulloso se sentiría de mí en ese momento, porque no quiso expresarlo. Pero cómo me alegro de que estuviese ahí. Luego me preguntan que por qué no me saco ya el carné de conducir.

Volví a dar la mano al hombre gordo, que me volvió a decir algo que no me terminó de gustar, di dos besos a la mujer que había leído, y bajé del escenario, de las luces y del micro. Luego llegaron el resto de premios, el de relato, el de audiorelato, el de cortometraje y el de largometraje. Luego las fotos, luego conversé con los del festival y les di las gracias unas mil veces. Luego pedí a mi padre que me llevase a donde estaban mis colegas, bailé, fui feliz y al final acabé la noche más o menos borracho.

Pero lo importante ya había pasado. He ganado un premio literario.

Es el primero en mi vida, sin contar con los que se organizaban en el Instituto, donde gané un par, en 1º y 3º de la E.S.O. (joder, lo que ha llovido). Pero ésos no los tengo en cuenta porque en aquellos premios la asistencia era obligada. Se nos decía, hoy hay un concurso de relatos, niños, participáis todos, así que escribid en esta hoja el relato que se os ocurra, y el que gane se lleva un vale de 20 euros en una papelería de cuyo nombre paso de acordarme*. Recuerdo que en el primero de ellos reciclé un relato que había escrito en Primaria, tócate los cojones, y en el segundo, inventé sobre la marcha una historia onírica que no me dió tiempo a finalizar: iba sobre un chaval que volviendo a casa se queda dormido en el autobús y tiene que bajarse en la última parada de la ruta, atraviesa un bosque que conoce para llegar antes a su pueblo, pero cuando por fin llega, éste está totalmente vacío y de la tierra mana sangre. Más o menos ahí sonaría la alarma porque no recuerdo nada más, la aparición de ningún personaje del pueblo o algo, pero ahora mismo daría la vida por leer la última frase con la que di apresurado carpetazo a esa historia. También recuerdo lo que escribí en 2º, cuando no me dieron nada: algo sobre un vampiro que vivía en las alcantarillas y se reencontraba con alguien a quien odiaba. Por las historias que me salían cuando me obligaban a escribir debía ser un niño un poco tétrico.

Mentiría si negase que esos premios de clase servían para enardecer mi joven orgullo adolescente. Pero al fin y al cabo, éramos niños, y además obligados. A saber qué otras cosas tenían que leer los profesores de literatura en esos concursos. Que Dios se lo pague.

De izq a dcha: mejor relato, mejor largo, mejor audiorelato y mejor microrelato. El ganador a mejor cortometraje no estaba porque es un chino.

De izq a dcha: mejor relato, mejor largo, mejor audiorelato y mejor microrelato. El ganador a mejor cortometraje no estaba porque es un chino.

Éste premio del que os vengo a hablar es algo diferente. Primero porque los participantes éramos (imagino) aficionados a la literatura que deciden libremente dedicar una parte de su tiempo y esfuerzo, aunque minúscula, a ganar un certamen. Y eso ya obliga a dejar de pensar en la suerte como principal factor decisorio. Segundo, porque el Álvaro que ha ganado este premio es diferente al que ganaba los del Instituto**. No sólo por la barba y la estatura, sino porque aquél aún sudaba bastante de cualquier cosa que tuviese que ver con los libros o con escribir, mientras que este sabe (o al menos quiere creer) que no sería la misma persona si no fuese por lo que ha leído hasta ahora, y también quiere creer que algún día se podrá ganar la vida juntando palabras en un papel. Aquél sabía que si ganaba era por casualidad, y tal vez, por una mejor intuición que la de sus compañeros a la hora de repartir puntos y comas en el texto, nada más. Éste de ahora siente que, aún gracias a la suerte, su pequeña obra ha sido escogida por contener un valor literario. Un valor literario pequeño, sí, pero que no estaría ahí de no ser por todo lo que he leído antes y lo que he escrito, por haber dado algún que otro curso, por no ser el primer microrelato que escribo en mi vida. Por querer intentarlo. Por mi afición a la literatura en definitiva.

El momento más sonrojante de la noche. En el Facebook del festival han subido la foto con el título: Extensa dedicatoria para el ganador del concurso de microrelatos.

El momento más sonrojante de la noche. En el Facebook del festival han subido la foto con el título: Extensa dedicatoria para el ganador del concurso de microrelatos.

Lo mismo me estoy tirando unas flores cojonudas para lo que es el premio y la «obra». Y reconozco que con este premio también se enardece mi no tan joven orgullo adolescente. Pero escribo todo esto porque considero que este premio sí tiene un sentido para mí. Porque confío en que mi microrelato era el mejor, y no el menos malo. Porque esta vez prefiero tomármelo como un mensaje de que si me esfuerzo, y si quiero, puedo seguir ganando calidad en lo que escribo hasta que algún día pueda decir: sí, soy escritor.

De momento no.

La fama y tal... ya os llegará

La fama y tal… ya os llegará

 

 

* Porque son unos putos incompetentes

** Aunque no tanto