Mes: abril 2014

Carpetitas

Sabía que la cerradura de su casa sólo admitía tres vueltas, pero ella, impulsivamente, siempre intentaba iniciar una cuarta cuando salía. Tal vez fuese su incapacidad de terminar todo lo que empezaba lo que se ocultaba tras su manía de cerrar cosas. Todo lo que en su vida no se cerraba lo cerraba ella materialmente en algún objeto durante el día. A todos sus proyectos empezados, todas las conversaciones, las cartas, los ejercicios, los trabajos, los planes, las escapadas que no conseguía dar fin, los respondía con una implacable e intolerante alerta ante cualquier objeto que permaneciese insolentemente abierto. Las puertas debían cerrarse si no había nadie pasando por ellas; por la mañana, mantenía la ventana abierta sólo el tiempo necesario para que el aire de la casa se renovase y ella hubiese podido indagar la personalidad del día en los olores del exterior; las puertas de los muebles, el cajón de la cocina que aún dejaba ver un resquicio brillante de los cubiertos que contenía, los terminaba de empujar con un golpe de cadera no exento de cierta furia; todos los enchufes de los aparatos, exceptuando nevera, iban a regletas provistas de interruptores que ella apagaba para que ninguna luz de espera quedase encendida; la cama debía mostrar un embozo perfecto y quedar el edredón oprimido entre pared y colchón para que al meterse tuviese la misma sensación que debía recibir un billete al ser introducido en una cartera apretada; antes de acostarse bajaba todo lo que podía la persiana: no aguantaba ninguna rendija de luz, la oscuridad y el silencio debían ser totales cuando dormía, como garantía de que todo había quedado debidamente cerrado y apagado. Igualmente, le costaría trabajo conciliar el sueño, porque su mente era incapaz de cerrar por la noche todas las carpetitas que había abierto durante el día.