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Nadie me habló del valor. Ni a mí ni al resto nos dicen lo importante que es el valor. Hay que tener valor para vivir la vida que quieres vivir y no otra. Nos hablaron del trabajo, sí, pero no nos enseñaron a apreciar la temeridad. Tal vez porque nuestros padres también fueron unos cobardes, trabajadores cobardes. Para dejar de ser un pelele movido de las consecuencias que conllevan los azarosos episodios de tu vida y ser tú el que los elija y controle, tienes que rebelarte contra ella y mostrarle quién manda. Y un acto de rebelión es necesariamente un acto valeroso. Conmigo casi se aplicaron más en enseñarme a temer. El temor y el miedo son eficaces para conservar la vida, pero no para vivirla. No hay nada que requiera más valor que llenarse de vida, que es algo así como sorber un agujero negro: algo capaz de entrar por tu boca para luego, al instante de estar dentro de ti, engullirte y explotarte. Joder, las agallas que hay que tener para dejarse quemar por dentro por efecto de la vida. Yo ahora creo que nunca las podré reunir.
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Si John Lennon hubiese caído en todo esto tal vez hubiese admitido que la vida no siempre tiene por qué ser “aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado en hacer otros planes”. ¿Veis?, ocupación, trabajo, pero no habla de valor. Eso le faltó. Sin embargo, otro John, John Updike, sí llegó a descubrir su importancia. Por eso supo poner en boca de Harry Conejo, su personaje más famoso, estas palabras: “si tienes agallas para ser tú mismo la gente te respeta”. Y que la gente te respete es un buen síntoma de que la vida va cómo tú quieres.