Mes: diciembre 2015

Lemmy ha muerto y yo he escrito esta mierda

A los rockeros no les llega la muerte, los caza. Y ninguno había dado tantos motivos para enervar a la muerte como Lemmy. Sexo, alcohol, tabaco y drogas fueron los sorprendentemente sólidos pilares sobre los que construyó su existencia. Todos ellos consumidos y practicados en su sola vida en cantidades con las que se podía haber hecho de sobra feliz las vidas de unas diez personas.

Y la música, claro. El rock and roll, más concretamente. Lo quisimos por no abandonar jamás su estilo musical. Iniciaba sus conciertos con un «we´re Motörhead and we play rock and roll». Los principios, cuanto más cortos mejor. Mientras, a su alrededor, el rock and roll se ramificaba en innumerables etiquetas a cuya sombra nacían nuevas bandas, muchas de quita y pon, otras muy buenas, ninguna tan incorruptible como él. El martillo inmisericorde de su música nunca se oxidó ni se transmutó en otra materia diferente al hierro primigenio. Si acaso perdió el brillo, claro. Con drogas o sin ellas nadie puede encaramarse a un escenario a los 70 como lo haría a los 35.

Lemmy vivió casi toda su vida con una muerte enfurecida pisándole los talones

Y allí arriba no tocaba, disparaba, atormentaba a las cabezas del público. No cantaba, rugía. Simplemente, abría la boca y dejaba que se oyese el infierno de su garganta. Disco a disco y gira a gira mantuvo en pie el primer propósio de Motörhead, hacer «una música tan ruidosa que si fuésemos tus vecinos, la hierba de tu jardín moriría».

También decía, no sé dónde lo leí, que: «si tu madre ronda los 60 lo más seguro es que me la haya follado». Una vez calculó haberse acostado con unas mil mujeres, «una cifra razonable». Porque cuando bajaba del escenario, Lemmy no dormía, follaba. Así de tópico y así de real. Los tópicos nacen en algún sitio, y todos los que se pueden extraer del mundo del rock parecían nacer en él.

Así pues, Lemmy vivió casi toda su vida con una muerte enfurecida pisándole los talones, constantemente burlada. Lemmy debía despertarse cada mañana pensando «te he dado esquinazo otra vez». Pero ésa es una carrera que nunca se gana. En algún momento de 2014 le abrieron, le pusieron un marcapasos y dejó de tomar su botella diaria de Jack Danields. Mal asunto.

El mérito no está en ganar a la muerte, cosa imposible, sino en humillarla muriendo bajo tus condiciones. Sólo morir sobre el escenario hubiese sido una muerte más fiel a su idiosincrasia que la que ha tenido. El 24 cumplió 70 años, el 26 le diagnosticaron un cáncer, y el 28, día de los inocentes (para que nadie le creyese a la muerte), murió en su casa jugando a uno de sus videojuegos favoritos. La recta final de su vida fue tan rápida y tan frenética como un solo de guitarra, como la batería de Overkill. Como el inicio de Ace Of Spades.