La flaqueza del bolchevique (película): un comentario

NOTA: el siguiente texto comenta exclusivamente la versión cinematográfica. De hecho, he evitado leer la novela en que se basa hasta ahora, para evitar interferencias entre una historia y otra

La flaqueza del bolchevique (Manuel Martín Cuenca, 2003) pertenece al arquetipo argumental “hombre maduro conoce a chica joven”. No obstante, la película consigue provocar un interés genuino según se va desarrollando la peculiar relación, y se las apaña bastante bien para producir una expectativa cambiante escena a escena. El espectador es llevado por la historia al intentar resolver las incógnitas sobre la naturaleza exacta de la atracción que cada uno siente por el otro.

Sin embargo, creo que hoy día se impone sobre este tipo de historias una lectura crítica acerca de la transmisión de valores machistas en las que pueden incurrir. No soy ningún entusiasta de este tipo de revisionismos morales que pretenden someter cualquier valor estético y creativo de un producto cultural a su pertinencia social y política, cuando no ahormarlos en un sistema ideológico. Pero su visionado me produjo ciertos reparos.

El principal es que la cinta, a pesar de las particularidades que la hacen valiosa, está recorrida subliminalmente por ese manidísimo mensaje hecho (casi exclusivamente) por y para hombres: en algún lugar debe de haber una muchacha joven y atractiva que se sentirá atraída a pesar de nuestro aspecto adulto y en declive, a pesar de nuestro aliento o nuestra calvicie incipiente o consumada… o precisamente por todo ello.

Ningún hombre, por viejo que sea, incurre en una monstruosidad al sentir atracción por las jóvenes. ¿Cómo hacer ascos a la idea de que aún están a tu alcance las carnes rosadas, los ojos tan brillantes? Es la promesa de este deseo de lo que se cargan muchas narraciones para conseguir el interés de una audiencia masculina. Y sobre él se vehículan reflexiones de temas más profundos: principalmente la imposibilidad de volver a la juventud, la angustia de saberse mortal, la nostalgia de lo que uno fue. “Me gusta mi piso cuando era estudiante, aunque no tenía calefacción (…) me gusta mi vida cuando tenía veinte años”, dice Pablo, el personaje protagonista. Pero esta sofisticación suele ser criticada como justificación o al menos distracción de lo que se halla en el núcleo de la historia monda y lironda: una relación entre un adulto y una muchacha. Y lo que esto supone a veces en la vida real: el abuso de un adulto frente a alguien que por su corta experiencia en la vida, no podía conocer las implicaciones del juego en el que se estaba metiendo. Mientras buceamos en la psicología del hombre moderno, nada sabemos de la repercusión que tiene el romance en la vida de la muchacha, relegada a un papel no protagonista.

La flaqueza del bolchevique no es menos y adolece de todos estos pecados. Pareciera al verla que no es tan malo espiar a una niña de quince años desde la verja de su colegio si resulta que tiene un concepto de sí misma diferente al de sus compañeras; tampoco perseguirla y mentirla si resulta que posee una rara inteligencia. O ni siquiera eso, pues si aún no la conocemos, el repentino encanto que nos ha provocado su aspecto es suficiente justificación.

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Acechar: Observar, aguardar cautelosamente con algún propósito. (DRAE)

Cabría preguntarse hasta qué punto el personaje masculino está subyugado por su joven amante o si se trata de una forma de disfrazar una vulgar apetencia por la carne joven. Cabría preguntarse también hasta qué punto dotarle a ella de una astucia bastante superior a la que le correspondería a un adolescente es un ardid narrativo para que toleremos mejor una relación que linda con la pedofilia; para que no se rompa el vínculo emocional que debe unirnos con el protagonista, que suele ser el hombre adulto.

La película, a mi ver, consigue sortear ambos prejuicios.

Sería injusto negar que el aspecto sensual sólo es un componente, y no el más importante, de la atracción que sufre Pablo hacía María. En este sentido, el guion resulta muy habilidoso al introducir la relación de Pablo con Eva (Nathalie Poza). No es el desfogue sexual lo que busca Pablo ya que apenas repara en Eva, pero al mismo tiempo, cuando ésta consigue acostarse con él, se nos demuestra que Pablo no es un pedófilo inmune al atractivo de una mujer adulta a la manera de un Humbert Humbert (Lolita). Un aspecto de Pablo que ya se nos había adelantado desde la primera secuencia cuando aprovecha para mirar el escote de la señora con quien se ha chocado.

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¿Qué miras, gilipollas?

En cuanto al personaje femenino, la sagacidad, la picardía y el maduro concepto de sí misma que tiene María están muy bien incorporados en su personaje. No sólo no resulta inverosímil que una muchacha de 15 años exhiba estos rasgos (como sucede con la Lolita de Nabokob, por seguir con la comparación), sino que resulta en un personaje mucho más atractivo en sí mismo y no solo como mero objeto de deseo. Mérito de ello es la actuación de María Valverde. Sucede algo curioso al respecto. Y es que las carencias interpretativas de la inexperta actriz (esa vocalización, ejem) acaban redundando en favor del personaje, al que parece transferir su verdadero encanto adolescente. Esto resulta vital para que no se nos desmorone al mantener con Pablo diálogos que sobre el papel, aunque muy bien conseguidos por los guionistas, pudieran resultar prácticamente conversaciones entre dos adultos iguales.

Luis Tosar está inmenso, as usual. Su trabajo lleno de silencios nos refiere a un mundo personal donde la relación verdaderamente problemática no es la que inicia con María, sino la que tiene consigo mismo y con lo que le rodea. Pablo es una víctima más de la desafección y la inapetencia vital que espera cuando hemos alcanzado lo que el sistema nos ha enseñado que es el éxito. María, al principio una bella promesa, pronto se convierte en un resucitado gusto por estar vivo. Pero claro, al alto precio de truncar las convenciones sociales (o al alto precio de truncar la adolescencia de la niña, diríamos desde el punto de vista feminista, con cierta razón).

La película, con su música y su estilo visual sencillo, con su Madrid otoñal, las canciones de Extremoduro (que en este blog son flaqueza absoluta), y sobre todo, con esa emocionante sensación de pérdida que la empaña de principio a fin, consigue hacernos creer que no estamos viendo más que la historia de dos personas que, en su rareza, deciden conocerse guiados por la cautela y la necesidad de compañía.

John, ReJohn

John Frusciante vuelve a los Red Hot Chili Peppers, o como ostias se escriba. Es una noticia inesperada, casi cuesta creerla, porque los aficionados a la banda, sobre todo los de reciente adhesión, como yo, siempre habíamos pensado en esta posibilidad como pura fantasía (sexual, si me apuran). Pero es así, es cierto, la vuelta de Frusciante llega en el último momento del año, como intentando enmendarlo con solución de urgencia, porque da igual lo bueno o mal que sea un año, llegan las Navidades y siempre parece que fue mejorable. Por lo menos ya sabemos que dentro de un tiempo podremos decir: recuerdo aquellas Navidades porque fueron en las que Frusciante volvió a los Red Hot.
Vuelve unos diez años después de marcharse, que es el tiempo más o menos que había pasado desde que se fuera la anterior vez, que es más o menos el tiempo que había pasado fuera anteriormente… Es tentador imaginarse a la banda escribiendo el comunicado que publicaron ayer («John Frusciante is rejoining our group») y discutiendo: ¿ponemos «rejoining» o ponemos «re-rejoining»?, pon «rejoining» a ver si le va a dar otra locura y se va antes de volver.
El caso es que John va a sustituir a Josh, que sustituía a John, que sustituyó a Navarro, que sustituía a John, que sustituyó a Hillel, y ya más para atrás no se puede ir. Las idas y venidas de Frusciante en la guitarra de la banda explican la historia de la misma como esos cortes que los científicos hacen en el hielo polar y en los que la presencia o ausencia de oxígeno y otros gases les señalan cuántos milenios de años han escarbado. Frusciante ha vuelto como si se tratase de un poderoso fenómeno natural que viene y va cada tanto tiempo, irremediablemente, sembrando desorden y esperanza, con esa cara de rasgos salvíficos que tiene el cabrón. Visto así, nada más natural que esperar que volviese. Y esperar que, según esos ritmos geológicos que parecen ser lo único que obedece, tarde otros dos o tres discos en irse.

Caronte de noche

En el corcho negro del cielo
hay cientos de diamantes clavados.
Bajo su gélida presencia
una mirada azul alumbra el asfalto.
Como una red salvadora
heridas de alcohol y de sueño
va recogiendo personas.
Ráfagas de oscuridad
a su paso se apartan.
Dentro, silenciosos viajan
tantos como caben
-No tema
dice
por sentarse en la escalera-
Deseos de volver a casa
sus magulladuras lamen.
Sus borracheras,
sus tristezas y sus ojeras,
sobre sus espaldas cargan
(También alguna promesa de amor
es transportada)
No puede ni a uno
dejar en la acera.
Desde Castilla
hasta el calor de las mantas
él los lleva.
Mañana le habrán olvidado.
Mañana, en la cotidiana guerra.
Pero ahora
sigue el conductor afuera
rescatando náufragos
mientras la noche rueda.

 

(dedicado al majísimo conductor del 101)

Reseñas literarias (XIII): Diario de Kenya y Tanzania, de Mercedes de la Fuente

Íbamos paseando por Delicias cuando mi padre se frenó en seco delante de un contenedor de escombros. Medía tres metros, pero yo ni lo había visto. Sin embargo mi padre, supongo que por cosas de la edad, encontró muy interesante ese contenedor de escombros que estaba lleno no de escombros sino de muebles y objetos personales. Animado por un sexto sentido, empezó a husmear entre los trastos polvorientos hasta que metió con seguridad una mano entre ellos. Sacó una libretilla. Sus hojas estaban escritas con una letra apretujada. Sacó otra libretilla, y otra. Todo un botín de diarios manuscritos. Yo, que siento la obligación moral de mostrar algo de interés por la cosa literaria, así se encuentre en estado de podredumbre, me afanaba sin éxito en entender dos líneas seguidas de aquella caligrafía. ¿Qué contarían aquellas páginas? ¿No es excitante encontrar el testimonio personal de un desconocido y reconstruir las cosas que le pasaron hace mucho tiempo? ¿No? Bueno, me da igual lo que penséis. Ya estaba pensando en llevarme alguna de esas libretas a casa y transcribirla, cuando apareció un volumen de aquellos diarios escrito a ordenador y encuadernado. Le eché un breve vistazo. Se podía decir que el estado de conservación era más que óptimo. A casa con él. Nos fuimos contentos por la cosecha y también un poco afligidos ante la imagen de toda una habitación metida en un contenedor de escombros. ¿Me había llevado los diarios de una persona recién fallecida?

diario kenia y tanzania

El Diario de Kenia y Tanzania, narra, oh sorpresa, el viaje que se marcó Mercedes (la firmante) con seis amigas y un amigo por los mencionados países. La primera entrada es del 3 de octubre de 1990 y la última del 1 de noviembre del mismo año. Mercedes debía ser una cachonda, o al menos eso es lo que nos deja entrever su afición a las expresiones coloquiales (le encanta la palabra “prenda”) y alguna que otra figura literaria colocada con gracia. Su frase tiene soltura, pero no os voy a mentir, Mercedes no escribía, redactaba. Otros (ejem, yo) son incapaces de empezar un diario sin perderse en largos monólogos internos en un empeño un poco triste de demostrar al mundo las hondas repercusiones que encuentran en sus almas las cosas que les pasan cotidianamente. Al contrario, Mercedes no tenía ánimo de levantar con el lenguaje un mundo semejante a lo que experimentaba. Le bastaba con transcribir, brevemente, lo que les iba sucediendo. Y lo que les sucede en el mes que dura el viaje es básicamente un safari tras otro en el que se hinchan a ver animales de La 2 y noches de copas y partidas de cartas en el lodge con extraños. ¿Se le puede pedir algo más a la vida?

Sin mirar las cifras oficiales, me juego una mano a que te vas hoy a Kenia y Tanzania y no ves ni la mitad de animales que vieron ellos. Es verdaderamente impresionante. A partir del día tres, Mercedes enumera especies africanas (“bichos” es su palabra favorita para referirse a ellos) como si tal cosa ya. Como las golondrinas de Béquer, pienso que siguen llegando grupos de turistas a visitar África, pero no se lo podrán pasar tan bien como Mercedes y los suyos. Porque ya no es la misma África que ellos pisaron, ni el mismo mundo que en el que Mercedes escribía. Me empeño en pensar que la alegría que llenan las páginas de este diario tiene algo que ver con la ingenuidad y la despreocupación de un mundo pre 11-S, pre-guerra de Iraq, pre-Los Serrano, pre-crisis y pre-Trump. Y si necesitáis más pruebas de que entonces la Humanidad se encontraba en su apogeo más glorioso, baste decir que yo había nacido apenas cuatro meses antes.

Porque esa es otra. Ni en sus tardes más ociosas pensaría Mercedes que alguien que era un bebé mientras ellos viajaban reviviría en su imaginación, gracias a sus palabras, los paisajes y las cosas que les pasaron. Escribir y que te lean debe ser lo más parecido que existe a la magia. ¡Treinta años han pasado ya!, deben de pensar los protagonistas cada vez que recuerdan el viaje. Pues sí, pero yo, que he leído este diario que nadie me mandaba leer, puedo asegurar que durante esas semanas fuisteis felices. Y en cuanto a lo demás, como decía Mercedes: ¡que le den morcilla al viento!

MEJOR FRAGMENTO (como novedad, voy a poner dos):

1.

Nieves nos ha estado leyendo informativos periódicos sobre los Samburu previo anuncio de Raúl del noticioso número tal de la mañana.

(Chelo se ha mordido la lengua)

En un momento dado se nos ha partido el coche.

Ha pegado un calentón. Kip ha dicho “Problem” y nos hemos bajado para comprobar que el agua del radiador estaba hirviendo y que el tapón del agua  ha salido disparado. Kip, mascullando “problema, problema”, ha rellenado el cacharro del agua con una garrafa que llevaba. Como ha sido suficiente, y el primer intento de marcharnos ha sido frustrado por la adversidad, hemos vaciado las cantimploras y una botella de agua mineral. Hemos vuelto a arrancar y en mitad de una cuesta hemos tenido que parar otra vez. Para arreglar las cosas, Kip se ha dado cuenta de otro “problema”: que se ha dejado el palito para subir el gato en el primer sitio que hemos parado. Así que se ha montado una expedición para ir a buscarlo. Un rato después se ha arreglado el primer “problema” y hemos ido a recoger a la expedición.

Un poco más allá, había una gasolinera, donde han rematado la chapuza y hemos rellenado las cantimploras.

(Chelo se ha quemado y ha dado grandes gritos)

Hemos seguido hacia Aberdares

Ha habido más noticiosos

(Chelo se ha vuelto a morder la lengua)

Hemos llegado al Aberdares Country Club y previo pago de 1.000 pelas por barba lo hemos visto 10 minutos

(A Chelo le ha venido la regla y Lola ha tenido que salir pitando a recolectar tampax)

Kip ha conducido despendolado para poder llegar a tiempo de comer en Nakuru.

Hemos parado por el camino para ver la cascada de Thompson.

(Chelo se ha vuelto a quemar)

2.

Hemos invitado a Kip a tomar algo. Tenemos fuertes sospechas de que se quiere ligar a Mayka, pero está pasmado vivo porque piensa que las 7 estamos casadas con Raúl y dice que es el rey de España. Cuando hemos ida a cenar, hemos visto a dos elefantes delante del comedor, poniéndose morados de follaje. Había también marabús en el río y un cocodrilo.

diario kenia y tanzania2

«Espero que os haya gustado. La siguiente página es para que escribáis lo que se os ocurra. Mercedes de la Fuente» (en la siguiente página no escribieron nada)

Brevas junio 2018

Tras la destitución de Julen Lopetegui, me imagino qué pasaría por su cabeza si firmar por el Madrid resultase con el tiempo ser la peor decisión de su vida. Es decir, que la selección que dejó gane el mundial (hecho muy improbable) y luego el Real Madrid le despida a él a mitad de temporada (hecho no tan improbable). Entonces podría consolarse pensando que quedándose él en la selección puede que ésta no ganase el Mundial. Es decir, para mitigar sus ganas de suicidarse por haber firmado con el Madrid para nada, tendría que alimentar la idea de que él es muy malo comparado con Hierro. Añadir más carga negativa a su mala suerte, segar muy por lo bajo su autoestima como método de salvación. Y esto me recuerda a cuando grabé un corto y el sonido estaba mal porque en un plano no había ruido de fondo y en el siguiente sí, y lo arreglaba poniendo ruido de fondo en todos. Y luego le decía a la gente “para mejorar el sonido he tenido que empeorarlo”.

Ayer me quedé perplejo cuando constaté que me una chica que no conozco me había bloqueado en twitter (no me había pasado antes), por nada, por responderle que no era así una cosa que decía (y hablábamos sobre fútbol, fíjate qué transcendente), y luego no pude evitar que me molestase y darle unas vueltas al asunto, aunque sabía que no se las merecía, y sopesar si mi comentario fue inadecuado, borde, o si se había molestado porque luego ignoré su respuesta que tal vez ella consideraba merecedora de un corazoncito, ni idea, pues no sé mucho de esta chica, jamás la he visto en persona y solo he llegado a compartir con ella dos tuits incluido este. Por lo tanto, tras el bloqueo, ninguna es la pérdida; aunque sí, su cuenta me hacía gracia, y sí, encontraba interesantes sus fotos en tanga. Así que decidí atajar el rumbo de mis pensamientos: ni un segundo de ellos se merecen los que solo esperan de los demás que les demos la razón siempre, so pena de “bloqueo”, y pensé que al menos el incidente me servía como entrenamiento, o ensayo, para disciplinar mis pensamientos, como un pequeño simulacro contra la adversidad. Entendiendo por adversidad el momento en que alguien que sí conozca y estime decida “bloquearme” en la vida real. O algo peor. Pasará.

Oigo, “la noticia de los niños que son enjaulados y separados de sus padres en la frontera con México ha provocado un profundo debate en Estados Unidos”, y pienso que no, que no hay ningún debate que valga cuando se trata de la dignidad humana y de los derechos de los niños, que puedo confrontar mi opinión a la de cualquier otro en mil temas, intentar convencer y dejarme convencer, discutir puntos de vista, objetivos y maneras de alcanzarlos en cualquier ámbito de la vida, incluido inmigración. Pero aquí no, ante esta situación no acepto ningún diálogo porque no hay lugar más que para que cada uno se pronuncie: acepto esto, o lucho contra esto.

Hoy desayuné en el trabajo porque creía que así ganaría algo de tiempo (nop). Cuando llegué estaba la mujer de la limpieza pasando la fregona en la pequeña sala comedor. Me senté donde todavía no había fregado y empecé a rumiar mi tostada de arroz y mi pavo. La doctora me ha dicho que desayune esto porque por las mañanas tengo el estómago mal. De momento no he notado ninguna mejoría. La mujer de la limpieza siguió fregando mientras tarareaba algo que no parecía ninguna canción en concreto. Así como iba tarareando me rodeó de suelo “fregao”, pero tuvo la amabilidad de dejarme un vía de escape hacia el curro. Curioso que pensase eso, porque normalmente se escapa del curro no hacia él. Me serví un vaso de agua del bidón y lo tiré a los plásticos, pensando que era un desperdicio tirar algo tan poco usado. ¿Y si en vez de tirarlo lo volvía a poner con los vasos no usados? Luego, cuando estaba recogiendo, oprimí una miga de tosta de arroz con el pulgar y me la llevé a la boca. En ese momento entró en la sala la única tía buena que he visto por este lugar hasta ahora. Quedamos un momento frente a frente. Sé que leyó la culpa en mi cara, como si en lugar de pillarme aprovechando una miga, me hubiese pillado devolviendo el vaso usado al repositorio de vasos. No nos dijimos ni buenos días, porque ella parece muy seria para saludar a gente que aprovecha migas de las mesas y a mí ya me empezaba a doler la tripa.

Se busca partido consciente

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Cuando Rafael Hernando dice que «el Partido Popular no sabía nada de la Caja B», habla como los bedeles de mi universidad en 2010 cuando les preguntabas por el internet. Nos contó un profesor que cuando tenía problemas para conectarse desde un aula le respondían: ya vendrá. ¿Ya vendrá, quién, preguntaba mi profesor, el técnico?, no, internet, le decían. De esta manera, parecía que internet fuese un hombre con corbata y maletín cuya presencia en una esquna de la clase bastaba para conectarnos instantáneamente al resto del mundo
De igual manera, cuando Hernando dice que el Partido Popular no sabía nada, me imagino al Partido Popular como un señor bien trajeado y engominado, con una identificación de afiliado colgada al cuello (supongo que si el PP fuese una persona el pobre no tendría más remedio que estar afiliado al PP), andando por los pasillos enmoquetados de Génova con un despiste importante.
La sentencia de la Gürtel condena a cárcel entre otros a dos ex-tesoreros, a la mujer de uno de ellos, y al exmarido de una exministra. Esta exministra, Ana Mato, y el mismo Partido Popular, han sido condenados a pagar una multa por ser partícipes a título lucrativo. La sentencia, en definitiva, describe una compleja trama de corrupción que dificilmente podía pasar inadvertida a los presidentes Aznar y Rajoy y que sirivió ni más ni menos para pagar la reforma de la sede nacional del partido. Pero para Hernando no es suficiente y en su empeño por convencernos de que su Partido es un ente con consciencia en sí mismo que no sabía nada no le importará acabar pareciéndose al protagonista de El hombre que fue jueves, la novela de Chesterton, que se tira toda la historia descartando terroristas que parecían ser la encarnación del anarquismo.
Nadie encarna un partido político, pero el PP encarna como nadie la corrupción. Eso es verdad. Porque si «el PP no sabía nada», lo que esta claro es que es imposible que el PP, digo, los del PP, no supiesen nada.

Siempre implacable Roth

Roth era de mis escritores favoritos. Si de algo me ha servido la literatura es para aprender que el mundo y las personas somos algo complejo y siempre mucho más raro de lo que podemos esperar. Pocas obras como las de Roth para entenderlo. Su lucidez para atrapar las contradicciones del individuo moderno era insuperable. Los temas que le obsesionaban estaban impregnados de modernidad. La familia, los conflictos sociales, la identidad individual, los esfuerzos del sujeto por zafarse de un entorno que lo constriñe, la pulsión sexual…

Roth escribió El mal de Portnoy y esa descripción descarnada de las fantasías y las válvulas de escape onanista a que acudía el joven judío escandalizó a quienes aún no se atrevían a mirar de frente nuestro deseo sexual, en toda su animalidad. Escribió Pastoral americana y se adelantó a los reportajes que hoy se preguntan por qué un chico de Canadá es capaz de coger un avión a Siria y alistarse en el ISIS. Escribió La mancha humana y se adelantó a los que hoy clamamos en contra de la corriente que, con mucho menos garbo verbal que él, damos en llamar “ofendiditis”.

No había rasgo de la moral moderna que su inventiva no alcanzase, que su originalidad de palabra no iluminase en toda su ridiculez e impostura. Si giraba la mirada hacia la persona, llegaba a muchos recovecos del alma humana. Y solía volver de ellos con las manos llenas de retratos de un realismo refinado, que brindaban el mayor de los gustos que buscamos en la ficción: la identificación, la punzada emocional al ver que a ese personaje que sigues le duelen las cosas como a ti.

Su talento literario levantaba escenas que alcanzaban una fenomenal viveza que sólo los maestros pueden reproducir con la frecuencia que lo hacía Roth. Porque lo suyo era una exhibición de músculo permanente. Normal que llegase un día en que dijo, hasta aquí, ya no escribo más. Las páginas de sus novelas vibraban de estilo, de inteligencia, de mordacidad. Vibraban porque el autor de New Jersey había imprimido una energía mental y hasta física sobre ellas.

Con pocos autores he disfrutado tanto leyendo como con Roth. Con muy muy pocos, si nos limitamos a los vivos. Él ya no forma parte de ese grupo.

Author Philip Roth at this UWS home

Brevas abril´18

Nota: desde hace un mes publico las brevas una a una, en imágenes subidas a las redes sociales (@alvaroarmo). La idea es publicar un post cada tanto reuniendo las que haya publicado en el mes, como este.

Ten un gato. Hazte a la idea de que el gato será tu vida. No, el gato será la vida, en general. Aprenderás mucho si observas su comportamiento. Cuando tú estás preocupado, la vida bosteza, cuando la acaricias o la das de comer, apenas sí te lo agradece. No necesita muchas razones para ronronear cariñosa, tampoco para sacar las uñas. La vida pasa silenciosa, haciéndose la que no está y nunca reacciona como esperas. Pero cuídala.

Dios me libre de criticar a Jabois, pero meter Cien años de soledad en su columna sobre la chilena de Ronaldo me resultó un pelín forzado. Y sin embargo saqué algo de ello, porque descubrí otra coincidencia entre la novela de García Márquez y la chilena. Contaba un amigo del escritor que hubo un momento muy especial en que sólo el autor y un círculo muy cercano sabían de la existencia de Cien años de soledad. Fue unas semanas antes de que la obra se imprimiese e hiciese retemblar todo el ecosistema literario mundial. Anoche hubo un instante igual de especial, aunque por el motivo contrario. Cuando el balón se clavó en la red de la portería de Buffon todo el mundo supo que acababa de ver una proeza. Todos, menos su autor. Cristiano está un segundo en el suelo, tirado boca arriba, sin saber muy bien si el grito de la afición es de alivio porque el balón se ha ido fuera, o de estupefacción por el golazo encajado. CR se tira todo el año diciendo que es el mejor jugador del mundo o incluso de la historia, y todos nos cachondeamos. Pero en ese preciso instante en que la acababa de meter, él era el único en el mundo que ignoraba lo bueno que es. No se olviden de ese momento.

 

(BREVA TABAQUERA) No sé cómo es que no fumo, pienso a veces. Soy el más pequeño de una familia donde todos eran fumadores (mi padre se quitó hace poco), pero no tan fumadores como para que desarrollase rechazo al humo. Al contrario, le tengo afecto desde pequeño, me gusta inhalar un poco del humo de los demás. Así que siempre pensé que sería cuestión de tiempo que me pusiese a fumar. Pero ya soy mayor y no fumo. Y no hay ninguna razón especial que me haya prevenido este vicio. No me gusta cuidarme, nunca me he cuidado. Nada en mi estilo de vida es incompatible con el tabaco. Al contrario, lo tengo asumido: me trato a mí mismo como un fumador ficticio. Por ejemplo, si me ofrecen un trabajo intento imaginar cómo será y me visualizo fumando en los descansos, con los nuevos compañeros. Otro ejemplo: si una idea me resulta suficientemente atractiva como para creer que de ella podría sacar una novela, al momento me veo escribiéndola, y al lado, no falla, un piti humeante. Luego despierto y pienso, pero, ¿cómo voy a escribir una novela si no fumo? Yo creo que si fumase ya llevaría tres novelas.

(BREVA TABAQUERA, II) Que fumar es guay es una tontería de la que te curas incluso antes de terminar la adolescencia. Yo lo supe de siempre. Nunca participé en esa escena de chavales pillándole el gusto a la nicotina a las puertas del instituto. Luego te das cuenta de que a lo mejor lo estúpido fue no perderse un poco más por los terrenos prohibidos de la edad. Al fin y al cabo, y salvo honrosas excepciones, casi toda la gente guay que se cruza en mi vida fuma. Tú no eres lo que aparentas, de acuerdo, pero lo que aparentas dice algo de cómo eres. Yo fumaría, lo admito, sólo por sentirme como el puto John Wayne. Diréis, eso es al principio, cuando tienes consciencia de estar fumando, luego te ventilas los pitis con la misma poesía con que te bebes un vaso de agua. Pero no es así. La prueba es mi padre. Todos los pitis que le vi fumarse fueron por pose. Fumaba como si diez cámaras le estuviesen apuntando y alguien acabase de gritar “acción”. Mi padre disparaba el humo por el perfil de la boca, calculaba la parsimonia del movimiento de la mano y el perfil que daba a su público. Ése es mi modelo. Puede resultar frívolo, superficial. Pero cuando uno insiste en determinada manera de ser superficial todos los días durante años, surge algo parecido a un estilo. Fumar es guay, qué gilipollez, qué verdad.

(BREVA TABAQUERA III) Volviendo a la pregunta original, “por qué no fumo” dado que estéticamente me resulta irresistible y que me dan un poco igual los efectos, tenía preparadas dos teorías: la primera es que me considero bastante práctico para ciertas cosas, y no quiero estar pendiente de si llevo fuego encima o no, y si bien me dan igual los años que me pueda quitar, no me resulta práctico asfixiarme cada vez que se me escapa el bus; la segunda teoría es que creía que era algo tan inevitable que lo fui dejando, lo fui dejando… y me acostumbré a vivir sin fumar; entonces escribí la primera breva tabaquera, que un amigo leyó, y me comentó un tercer motivo, definitivo y seguramente más cierto: “Álvaro, tú no fumas porque cuesta dinero”.

Estamos de fiesta. Mi amigo, tercio en ristre, no deja de sonreír desde hace una hora. Nos sucede algo extraño. Una chica, bastante joven, se acerca y le pide una foto a mi amigo. Luego se va. Al rato mi amigo se dirige al grupo en el que está la chica bastante joven. Vuelve.

                -¿Qué les has dicho? –pregunto

                -Que por qué coño me han pedido una foto

                -¿Y qué te han dicho?

                -Que me parezco a un famoso

                -¿A quién?

                -No se lo he preguntado

Mi amigo no deja de sonreír. La noche es maravillosa.

Reseñas literarias: Clavícula, de Marta Sanz

clavicula

A un buen título le corresponde una buena portada, sí señor

El cuerpo, como tema de reflexión, es algo jodido. Pensar sobre el cuerpo de cada uno lleva rápidamente a conclusiones estériles y contradictorias. Sabemos poco de él. Sabemos que hay que cuidarlo, pero no sabemos muy bien lo importante: por qué ponemos ese “lo” al final de cuidar.

Cada uno es su cuerpo, pero al mismo tiempo, somos algo más que nuestro cuerpo. El qué, no se sabe. Alma, consciencia, son términos vacíos para nombrar eso que suponemos que debe quedar cuando restas individuo menos cuerpo. Pero, ay, que no le pase nada al cuerpo, que no nos pase nada.

Marta Sanz da vueltas sobre estas cuestiones en Clavícula, a raíz de un dolor que le aparece en una zona indeterminada de su pecho, entre el esternón y la ídem, que un día le hizo exclamar: ay, que no me esté pasando nada. Sanz decide entonces escribir su experiencia enfrentándose a esta doble amenaza. Por un lado el dolor físico que grita desde lo alto de su pulmón, la posibilidad de que se extienda y estropee el resto de su organismo. Por otro lado, ese “que no me pase nada”, la duda, el subjuntivo desapacible. No son dos amenazas diferentes, son dos vivencias diferentes de lo mismo, inseparables como el calor de la llama.

El libro es un diálogo de Marta Sanz consigo misma, o sea con su cuerpo. Sobre la mesa un único tema a tratar: ese dolor que la atemoriza. En la primera página se refiere a él como una “cabeza de alfiler”, que más adelante se convierte en una “garrapata” de patitas traviesas. Esos son los nombres más precisos que recibe su dolor en todo el libro. Porque Marta, que no entiende lo que le dice su cuerpo/ella misma, pasa por innumerables manos de intérpretes: médicos de cabecera, cardiólogos, enfermeros, el ginecólogo, ninguno consigue saber lo que le pasa, ni nombrar su dolor con más rigurosidad que la de un niño adivinando las formas de las nubes.

Por detrás de las palabras de Sanz, nos llegan los ruidos de su cuerpo. El rumor de la circulación, el siseo de la enfermedad que trepa, el rugido de la digestión, los chillidos, los ecos que reverberan en nuestras cavidades. Sólo el título, Clavícula, ya parece reunir todos los chasquidos de un cuerpo quejándose.

Pero el dolor tiene un contexto, lo que quiere decir que viaja más allá del malestar físico de Marta Sanz y se emplaza y se identifica en lo que le rodea. No se encuentra ningún motivo que explique el dolor en el esternón de Marta Sanz. No fisiológico. Pero esa garrapata angustiosa tiene mucho que ver con el desempleo de su marido, la precariedad laboral, la desigualdad de género. También tiene algo que ver con la superficialidad de las nuevas tecnologías, la comida sana, la presión consumista, las expectativas sociales. Tiene que ver con cenar sola en un hotel y con los niños pobres de Manila.

Por último una reflexión: es tanta la identificación entre el tema del texto y lo que lo motiva, que no te puede gustar Clavícula sin sentir que te gusta un poco Marta Sanz.

Mejor fragmento: la escena con la enfermera que la somete a una prueba cardiaca. Con qué finura se desarrolla ese encontronazo entre las dos mujeres:

La enfermera se descoyunta de risa: <<Yo nunca, jamás, me haría esta prueba.>> Quiere meterme mido. Lo consigue. Luego calla y, con una cortesía absolutamente fingida, me dice: <<Por favor, es por aquí.>> Creo que después de <<por favor>> esta fumadora, esta hábil ajustadora de tirantes de sujetadores, esta canaria sin dulzura y con algunos kilos de más aferrados alrededor de las nalgas, habría querido llamarme <<princesa>>. Pero se ha callado para que yo no pueda afirmar que su cortesía es falsa.

Brevas

En mitad de la comida mi sobrino le dijo a mi padre: abuelo, luego nos pones los tres cerditos, y mi padre respondió: sí, pero ahora son más, ¡ya son cuatro! Perplejidad en la cara de mi sobrino, adiós sonrisa. Miró a los lados. El resto de su familia comía, no habían oído nada, al parecer él era el único testigo de este anuncio que venía a trastocar el orden natural de las cosas. Ese cerdito de más era el amanecer de un mundo que no había visto venir, lleno de misterios y amenazas. Se trataba de una aberración númerico-narrativa insoportable. Algo parecido sentí yo cuando mi madre dijo el otro día que iba a hacer torrijas y añadió: ¡cinco!

Tras una charla en Madrid a la que asistí como público, estuve hablando con una diputada de Podemos durante un buen rato. La verdad es que no todos los días discuto con un diputado, ni diputada, de Podemos ni de ningún otro color. Fue agradable conversar con ella sobre nuestro comportamiento en las redes sociales. Sobre todo por la cercanía y porque no nos dábamos la razón. Y como de eso hablábamos, me despedí prometiéndola que empezaría a seguirla por Twitter, ya que hasta entonces la desconocía. Ella respondió, «y cuando yo vea la notificación de que me sigues, te seguiré también», y a qué negarlo, eso me agrado mucho, porque la verdad es que tengo pocos seguidores y uno tiene la ilusión vana de que mucha gente lea sus ocurrencias de 140 (+140) carácteres. Pero la seguí y, ay, ella no me respondió al follow, ni si quiera a pesar de que hice RT a un tuit suyo sobre el encuentro en Madrid. Nota: los políticos mienten.

En mi barrio había una tienda erótica. La cerraron y ahora hay en su lugar una tienda de ibéricos. Arneses, maniquíes y consoladores han sido sustituidos por patas de jamón y cañas de embutido que cuelgan relucientes. Siempre hay mucha gente pidiendo. Qué queréis, cada barrio entiende el placer a su manera.

Cada vez menos a favor de vilipendiar las versiones  de películas dobladas al español.

No le falta cierta poesía ni matemática a la definición que el DRAE da a la palabra gavilla: «[…] mayor que el manojo y menor que el haz», y como todo lo poético, sientes que vale para otras cosas, en especial para uno mismo. Yo, como la gavilla, también me encuentro en un punto intermedio entre dos extremos. Soy mayor que el niño y mucho menor que el hombre.