Muerte rima con fuerte

Nunca conoció una persona más consciente de que fuese a morir que él. La mortalidad, el hecho de que irremediablemente algún día dejase de respirar, era un pensamiento del que nunca se olvidaba. Lo tenía, más que aprendido, interiorizado, naturalizado en su consciencia, afectando silenciosamente a su razonamiento. La imposibilidad de escapar de la muerte no era como tal una idea expresada en su pensamiento, articulada lingüísticamente, sino que se había convertido más en un sentimiento, en una disposición que caracterizaba su forma de enfrentarse al mundo.

El resultado era que lo hacía más fuerte. Ante la perspectiva siempre presente de que algún día tanto él como todos (o todo) los que conoció dejarían de existir para dar paso a las cenizas, nada podía asustarlo. Él mismo no era consciente de este razonamiento, pero frente a la pregunta de si la vida era demasiado corta, demasiado vana, fútil, y carente de importancia respecto a la inabarcable existencia del Universo como para gastarla en sentir miedo, ésta le parecía tan obvia, que ni siquiera sería capaz de emitir una respuesta. Es más, ni siquiera la comprendía de la misma manera en que no comprendería que le preguntasen cómo se ve el color rojo.

Todos vamos a morir en algún momento u otro, y este momento que nos transporta a todos a la oscuridad de dónde venimos, se echará sobre nosotros con sorpresiva rapidez. Todo, hasta lo más bello o lo que más méritos reuniese para conmoverle a uno, morirá. Todos somos nada. La vida es una gran broma. Él lo sabía mejor que nadie, y la prueba de que llevaba razón es que no tenía ni idea de que lo sabía, a pesar de que todas sus acciones en la vida estuvieran determinadas por esta filosofía. Se paseaba por la vida convencido de que no había nada que él no fuese capaz de merecer. Iba a morir mañana, y eso hacía de él, hoy, un dios inmortal.

2 comentarios

  1. Al margen de que la palabra «sorpresiva» me parece ATROZ,
    diré que yo sé que voy a morir (pronto, además, intuyo) y eso no me hace inmortal. Pero ojalá.
    Te diré que si me tuerzo un tobillo, me duele. Que si estoy sentada una hora de determinada forma se me duerme la pierna y el hormigueo posterior me saca de quicio. Que cuando me dijeron «HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO» cuando las farolas se estaban apagando, me dolió, me dolió, me dolió, y me sigue doliendo.

    Y tengo miedo, CLARO.
    A todas horas.
    Cuando me despierto por la mañana y enciendo el móvil y veo «Mensaje de» y el nombre propio que le sigue me agita la garganta. Cuando llego tarde a clase y el profesor me dice «Como castigo, canta un nana». Cuando cojo el coche y no piso bien el embrague y pienso: Esto suena peor que «inabarcable existencia del Universo» (MON DIEU).

    Esto es interesante.
    Pensar sobre la vida, la muerte, los miedos, ¿viviré mañana?, ¿saben ellos también que voy a morir precozmente?, ¿dónde irán a parar los sueños de las cosas que no voy a hacer porque tengo miedo de morirme y…? Wait, wait: ¡la pescadilla que se muerde la c.!

    Es interesante.
    Ahora,
    es denso.
    Hasta para Frank.

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    1. Ése comentario es muy duro, eh. Sómete todo lo que escribas a él, y a ver si sales viva (a mí me has matado).
      Creo que cometes un error comparando tus sensaciones reales (que además sólo tú entiendes, porque el resto no sabemos el nombre de. ni qué farolas eran esas, ni las nanas que te mandan cantar) con los de mis personajes inventados. Obviamente, no creo que exista nadie como quien describo, ni que nadie pueda afrontar de esa manera la existencia a partir simplemente del hecho de que todo es perecedero. Pero me gusta creerlo. Y lo escribo. Entiéndeme.

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